sábado, 22 de febrero de 2014

¿QUIÉN NOS PROTEGE?

El actual panorama internacional se nos presenta de un enorme dramatismo.

La Unión Europea nos ofrece una nada halagüeña situación: evidencia una absoluta traición a la oficializada e idealizada idea original.

Nuestra continental organización, como demuestra, no fue en realidad creada para el logro de la unión fraterna de sus Pueblos, sino básicamente en la búsqueda de un único y potente mercado capaz de competir, en semejantes condiciones, a sus más encarnizados competidores mundiales.

Esta grave desviación nos ha arrastrado a la generación de aparentes insalvables diferencias interestatales, sociales y económicas, fundamentalmente entre los ricos Pueblos del norte y los más empobrecidos y desesperanzados, en nuestro sufrido sur territorial.

Una de las nefandas consecuencias diferenciales y causa de tan egoístas y mercantilistas intenciones es el masivo actual exilio poblacional hacia las supuestas más prometedoras perspectivas de futuro que aparenta ofrecer la avanzada y potente Alemania (según se asegura, verdadero motor de la economía europea).

Pero, por contra, paradógicamente y a la vez, desde nuestro propio sur extrafronterizo, desde el subdesarrollo africano, nos llegan, a diario, oleadas de desesperados emigrantes subsaharianos que, en una accidentada y riesgosa vital peripecia realizan su particular éxodo hacia la supuesta "Tierra de Promisión", perdiendo sus vidas muchos de ellos en el intento, en tan connatural instinto de supervivencia. Deshumanizada, cruel y legítimamente (las más de las veces), siempre a la fuerza y en el cumplimiento de la "sacrosanta" legalidad internacional, la mayor parte de ellos son reintegrados a irreversibles desesperanzas futuras en una tierra (la suya), donde la enfermedad y las hambrunas son endémicas e insoslayables por mucho venidero tiempo.

Observamos también, cuasi habituados e incólumes,  la pasividad interesada de nuestras Instituciones internacionales frente al incomprensible y prolongado holocausto del pueblo sirio, donde sus víctimas inocentes resultan, ya, obscenamente incontables.

Nuestras aparentemente blindadas retinas contemplan el devenir sangriento y cotidiano de nuestros más cercanos vecinos ucranianos reclamando el cumplimiento de sus derechos ciudadanos. Este país, dividido ideológica pero también razonada y comprensiblemente a partes alícuotas, consecuencia (¡cómo no!) de pasados pero también vigentes intereses extranjeros contrapuestos, presenta un panorama de muy difícil  y equilibrada resolución.

Y a todo ello y por ende, ahora vemos añadido el encarnizado conflicto partidista venezolano entre sus ideologizados habitantes, dicotómico e irreconciliable (como casi todos), dirigido por políticos populistas y manipulados por muy ensombrecidas influencias foráneas, también como casi siempre.

Ante tan cruda realidad presente en el ya no tan joven siglo XXI, ¿qué salidas se nos ofrece?, este tan mal organizado y global mundo de hoy, ¿qué soluciones nos muestra?.

¿Qué hacer ante tanta tragedia y sinrazón?, ¿quién nos indica un seguro refugio, qué, o quiénes nos protegerán, cuándo se logrará una paz estable, una verdadera justicia para los Pueblos de la Tierra?.

El merecido descrédito de nuestras más altas Instituciones internacionales continúan en su incapacidad habitual, en su inoperancia reiterativa demostrada, fruto de muy específicos y poderosos intereses (como mayor ejemplo, el injusto derecho de veto de determinadas potencias en sus manipuladas Naciones Unidas).

Ante tamaña desatención, ante tal abandono a la cruel y despiadada avaricia, contra el manejo espurio de tan influyentes agentes, hemos de defendernos con uñas y dientes; o ellos, o nosotros, no hay otra salida.

Hemos, entonces, de  exigir un radical cambio de comportamientos,  de propiciar , de reinventar otras Instituciones de orden universal auténticamente neutrales, defensoras y protectoras de una paz duradera entre países (sin distinción de credo, tamaño, ni poder), tendremos que obligar, de cualquier forma posible,  instando y reclamando legítimamente a las más grandes e influyentes potencias nuestro derecho a lograr una igual justicia internacional, a la lógica consecución de la paridad en derechos y obligaciones entre los habitantes de nuestro tan ya intercomunicado e informado mundo social.













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