martes, 5 de agosto de 2014

ABERRACIÓN NEOLIBERAL

El neoliberalismo (también llamado nuevo liberalismo, o liberalismo tecnocrático) es la corriente política inspirada en el liberalismo que surgió a mediados del siglo XX en oposición a las posturas tradicionales del liberalismo clásico, o primer liberalismo (Wikipedia).

Existen diferentes connotaciones políticas respecto a este término, pero no hay consenso ninguno al respecto, debido a la diversidad de escuelas y movimientos con los que se le pueden relacionar.

Esta acepción fue acuñada por Rüstow en 1.938, e inicialmente se definió como "la prioridad del sistema de precios, el libre emprendimiento, la libre empresa y un estado fuerte e imparcial".

Con alguno -muy pocos- de estos primigenios puntos del neoliberalismo (convencido estoy) coincidirían diversos grupos de neta ideología de la izquierda política, repudiando, por pura lógica, la mayor parte del enunciado.

Muchas y absolutamente dispares interpretaciones han derivado de esta tan etimológicamente bella palabra ... y, desde luego, ni mucho menos todas positivas para aquéllas sociedades que han tratado de seguir, en la práctica, sus predicados.

Concretamente y en los tiempos actuales, en nuestra área de influencia intra, pero también extracontinental, venimos siendo gobernados por dirigentes adoradores de dichas teorías políticas.

Y consecuentemente, los grandes "clubes" del mercado internacional se rigen, obedientes, orondos y satisfechos por tales "sacrosantos" principios. 

Pero, en realidad, ninguno de los oficiales y sorprendentemente electos gerentes que nos representan cumplen con taxativa fidelidad con aquélla inicial declaración de Rüstow, sino que la pervierten deliberada e interesadamente en aras al más estricto mercantilismo, obviando cualquier otro principio, por ético y solidario que éste pudiera parecer.

Pero también el neoliberalismo presenta otro grave defecto y éste de muy graves consecuencias en su praxis real: puede llegar a mostrarse excesivamente atractivo a las muy plausibles veleidades desviacionistas (tan connaturales con su típica tibieza ideológica) de la socialdemocracia y en bastantes de sus respectivos aspectos fronterizos, algunos carentes absolutos del preceptivo "control aduanero" ...

Un claro ejemplo de estos riesgos (que no el único, ni posiblemente último) se cumplió en nuestro propio país con un prestigioso político -ya fallecido-, Fernando Abril Martorell.

Este político español se arropaba de un muy lucido historial curricular, tanto académico, como profesional y sobre todo político. Militó, siempre con destacadas responsabilidades y algún que otro cargo gubernamental, en las filas neoliberales y reformistas de UCD hasta junio de 1.990, fecha en que fue nombrado Presidente de la Comisión de Análisis y Evaluación del Sistema Nacional de Salud, a propuesta de Felipe González (al parecer socialdemócrata), elaborando el denominado Informe Abril para diseñar la reforma del sistema sanitario español (ejemplo éste, de la enorme permeabilidad existente entre la idea neoliberal y la de la socialdemocracia internacional).


Como ya venía diciendo, desde nuestras más altas instancias, tanto de nuestro actual gobierno, como de la propia UE, nos viene gobernando el más nefasto, peyorativo y desatinado neoliberalismo que imaginarse pueda.

Entre tanto desvarío, destaca la más aberrante medida gubernativa social: pretender rentabilizar la Educación y la Sanidad públicas.

Pues bien, sorprendentemente, Abril, con su tristemente afamado Informe de 1.991, se redime ahora del general rechazo que su publicación suscitó entonces. Y, al parecer, estos nuestros más modernos equipos de gobierno "peperos" actuales vienen a reconocer al previo denostado citado trabajo como la mejor de las propuestas habidas en la reciente historia en la gobernabilidad española.

Entre otras monstruosidades, dicho Informe recomendaba la participación de empresas privadas en el sistema público de salud; delegar el control de bajas por enfermedad de los trabajadores a las mutuas patronales (paradógicamente sufragadas y mantenidas precisamente por las propias empresas que tienen contratados a éstos); y hacer partícipe al personal sanitario de los "ahorros que produzcan" mediante incentivos económicos; concertar derivaciones con clínicas privadas, en el caso de  darse abultadas listas de espera quirúrgicas; emitir facturas para la recuperación de ingresos y trasladar a los usuarios (pacientes) una información real de su consumo de "recursos" generales. Dividir los hospitales en unidades de gestión autónomas, obligando al repago a los usuarios (enfermos) -aunque minoritariamente- en el gasto por los servicios hospitalarios con cantidades, "en principio casi simbólicas"; y distinguir entre prestación básica y prestación complementaria para poder introducir, en estas últimas, "una cofinanciación del usuario".

Como bien sabemos, numerosas de estas reformas, ya propuestas entonces, se han incluido en las diferentes modificaciones legislativas que se han venido introduciendo en el Sistema Nacional de Salud (dictamen para la modernización del SNS, de 1.997, o la Ley 16/2.012, que supuso la exclusión de miles de personas del derecho a recibir atención sanitaria y el repago de medicamentos y de otras prestaciones sanitarias).

A todos estos extravíos debemos sumar la drástica reducción en el número de camas hospitalarias, el cierre, o absorción (transitoriamente, o no) de determinados Servicios Médicos (y no solamente durante período vacacional); la disminución de los Equipos profesionales (médicos y personal paramédico, administrativo y subalterno), así como de material y maquinaria sanitaria y de diagnóstico; de dotación de medicamentos, etc.

Por todos estos dislates impuestos y otros muchos, obviados aquí por excesiva extensión, necesitamos una oposición política representativa fuerte (de la que carecemos en estos críticos momentos), pero también de una contundente e incansable contestación social.

Habremos, entonces, de seguir luchando en la calle (que no les pertenece solo a éllos) con movilizaciones, manifestaciones y huelgas. Hemos de engrosar, aún más, la Marea Blanca y persistir enconadamente y sin desfallecimiento en la protesta pública. Tendremos que "incendiar" las redes sociales. No podemos permitirles más abusos, ni laminaciones de nuestros tan imprescindibles servicios públicos y que tanto nos costó conseguir. 

Y sobre todo, hemos de demostrar a este inmerecido poder neoliberal que le repudiamos, hacerle saber que la mayoría de la población española queremos su más inmediata salida de todas de nuestras instituciones. Porque podemos y debemos cambiar el signo político que nos dirige, que nos merecemos otra contraria ideología que nos indique distintos y mejores caminos en nuestro recorrido vital.

...Pero para esto nos esperan, impacientes, las urnas. Reflexionemos despacio, serenamente y acertemos, esta vez sí, a la hora de la elección; optemos por quienes más ciertamente defiendan la razón y la justicia sociales, por nuestros más afines y seguros aliados ideológicos en suma ...  






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