viernes, 14 de noviembre de 2014

INDUSTRIA FARMACÉUTICA, ¿SALVACIÓN, O MAFIA?

La supuesta libertad ciudadana y de expresión que nos aporta la democracia aparece aún incompleta si, como en el caso de las multinacionales farmacéuticas, no se nos permite analizarlas, "a fondo", incluida la verificación de su indubitable y más que justificado grave cuestionamiento.

Que la inversión global dedicada a la investigación de nuevas síntesis farmacológicas (públicas, pero sobre todo privadas) es ingente no ofrece duda ninguna. Que el porcentaje de éxitos obtenidos en sus generalmente complejos estudios es muy reducido también resulta incuestionable, y consecuentemente y por contra,  elevados e inevitables son los fracasos, fiascos de prestigio científico, de tipo moral y personal, pero desde luego también económicos.

Pero dicho esto y por otro lado, observamos igualmente la indiscutible desmesura de los márgenes comerciales con los que cuentan estos laboratorios de investigación en la venta de sus productos, una vez registrados éstos por los respectivos Ministerios de Sanidad y puestos en los mercados.

Esta enorme inversión económica, imprescindible en cualquier ambiciosa investigación, y la perniciosa y descorazonadora escasa obtención de satisfactorios resultados estadísticos es el más inmediato argumento, ya maniqueo, que  se permiten los representantes de este gigante ramo industrial, en aparente justo argumento frente a la reiterativa crítica pública de autorizarles tan altos precios para sus acabados medicamentosos.

Pero, es lo más cierto que son precisamente tales engrosados importes oficiales, aceptados y fijados finalmente por las Administraciones Sanitarias de cada país ...y la cuasi inmediata generalización de la demanda de estos éticos productos (cuando la adquisición de los mismos requieren de prescripción facultativa) los que les permiten a estas empresas una mucho más rápida amortización del capital invertido, así como una mayor inmediatez en la recogida de muy incrementados beneficios netos.

A pesar de lo dicho y al mismo tiempo, no tendríamos derecho a ocultar, desde luego, nuestro merecidísimo reconocimiento por el inusitado veloz desarrollo investigador que nos ha llevado, en el momento presente, a disponer de un elogiable y diversificado arsenal terapéutico y de medios y materiales quirúrgicos que nos permiten alcanzar unos envidiables niveles de eficacia y de suficiencia sanitarias en occidente, situación impensable hace cincuenta años y que conllevan al logro de unos increíbles rangos de salud poblacional y  a longevidades insospechables para nuestros más inmediatos ascendientes generacionales.

Pero no es hoy de tan halagüeña cuestión de la que pretendo hablar, sino muy contrariamente, de otros mucho más nocivos aspectos, comunes y también propios de tan destacada e influyente industria.

En un mero y simplista ejercicio de reflexión personal me pregunto con frecuencia sobre los motivos por los que las llamadas "enfermedades raras" continúan, tras bastantes años de su identificación, sin abordaje terapéutico, o profiláctico posible; ¿será acaso porque estas patologías, al presentar tan escasa incidencia estadística, ofrecen insuficiente potencial de beneficio económico?.

...Y por otra parte y desde diferente perspectiva, ¿no nos resulta realmente extraño que tras las múltiples, variadas y más que plausibles sospechas existentes sobre la tan azarosa ética que parece demostrar la Industria Farmacéutica, no se hayan realizado todavía los lógicos y consecuentes formales estudios sobre y alrededor de su órbita?.

No faltan por otro lado, ni mucho menos, muy autorizadas voces (aunque no parece muy interesada su divulgación) que vienen a reiterar, una y otra vez: "que la industria farmacéutica es inmensamente rica y poderosa, que ha corrompido los sistemas de salud de una forma extraordinaria y que es una corrupción a largo alcance" (Richard Smith, médico y exdirector del British Medical Journal), quien afirma además que "los médicos acabarán cayendo en desgracia ante la opinión pública, como ya ha ocurrido con periodistas, diputados y banqueros, por no haber sido capaces de ver hasta qué punto han llegado a aceptar la corrupción".

"La industria farmacéutica está corrompida hasta la médula, extorsiona a médicos y a políticos, y mantiene enormes beneficios a fuerza de medicar innecesariamente a la población" (Peter C. Gottzsche, médico danés que ha trabajado para varias farmacéuticas en ensayos clínicos y regulación de medicamentos, y publicado más de setenta artículos científicos. -No en balde el título de su nuevo libro: "Medicamentos que matan y crimen organizado".).

El psiquiatra Allen Frances dice que "la industria farmacéutica está causando más muertes que los cárteles de la droga " (según publicadas estadísticas, en EE.UU. la prescripción de medicamentos causa cerca de 200.000 defunciones todos los años).

Y ya desde mi propia experiencia profesional y política (fui durante unos años el representante, a nivel provincial, nacional, y portavoz oficial internacional, de los mal llamados Visitadores Médicos, más correctamente denominados Informadores Técnicos Sanitarios -según reconocimiento oficial por parte de nuestra Administración-) he podido confirmar, tanto a lo largo de mi personal extenso trayecto laboral en dicha industria, y también como interlocutor responsable colegiado, la absoluta certeza de tan criticada, y con razón, enorme posibilidad dicotómica a la que la praxis de este no muy conocido oficio puede desembocar, en todo caso y siempre dirigida y promulgada, clara e intencionadamente, por las propias e interesadas filosofías empresariales de la Industria, al imponer, de partida, el condicionante falso e inadecuado, carácter de vendedores a la  hora de su contratación (jamás tipificados como tales en ningún documento contractual). 

La exclusivas funciones autorizadas y reconocidas por nuestra Administración Sanitaria para estos particulares trabajadores por cuenta ajena son: "la transmisión informativa, oral y documental, a las Clases Médica y Farmacéutica, de la existencia del arsenal y últimas novedades terapéuticas y profilácticas a su disposición, en base a los respectivos particulares Vademecums de cada empresa a la que representan; los comportamientos farmacocinéticos y farmacodinámicos de los mismos, su relación bibliográfica publicada, indicaciones y posologías, así como la de recogida de posibles efectos secundarios no conocidos y por tanto aún no indicados en sus correspondientes prospectos -a lo que se denomina Farmacovigilancia directa-".

A pesar de tales disposiciones oficiales al respecto (y con conocimiento general - de nuestros propios representantes, gubernativos y parlamentarios-), los dirigentes de los Departamentos "Comerciales" de estas empresas farmacéuticas exigen y coaccionan a éstos colaboradores para que sus argumentos (independientemente del matiz y "sonido" que los mismos manifiesten) consigan el volumen de los frutos reclamados y hasta, a veces, obligadamente comprometidos y "a toda costa" (ventas), ofreciéndoles  por su consecución, incentivos  económicos.

Se da la real paradoja de que el PROPIO ACTO DE SU TRABAJO (informar a los médicos y farmacéuticos sobre sus medicamentos representados) no les permite la obtención, ni de albarán de pedido, ni de factura de compra posible, ya que en definitiva quienes sólo tienen las potestades oficiales para prescribir, o dispensar fármacos, son  los médicos en el primero de los casos, o bien los boticarios en el segundo, y ello en total exclusividad (tan solo ellos cuentan con el respaldo, firmado, del Jefe del Estado español).

No obstante esto, la habitual y cotidiana presión que sufren dichos Informadores Técnicos Sanitarios por parte de sus inmediatos superiores jerárquicos para que se esfuercen en alcanzar sus particularizados objetivos de ventas, hasta el punto de llegar a ser "conditio sine qua non" para su continuidad en la empresa puede llegar a resultarles patológicamente obsesionante y depresivo. 

Como es fácil deducir de tan aberrante e incongruente situación, más la suma de otros más que frecuentes "compromisos de fidelización", ni tan secundarios, ni livianos en la cotidiana relación Laboratorio-Médico, facilitan el inevitable, tópico y típico arbitrario proselitismo y la no tan aleatoria promoción de determinados medicamentos en base al mayor, o menor "potencial", o "capacidad de persuasión" de cada cuál ...¿No sería ilegal entonces tan penosa realidad; y de serlo, ¿porqué no se evita por las autoridades competentes?.

Paradógicamente, la propia Farmaindustria ha llegado a consensuar, publicar  y divulgar un llamado "Códico Ético", de obligado cumplimiento y con nominado Departamento responsable para su debido control y seguimiento (el lobo cuidando de las ovejas).

Y, créanme, todo lo referido hasta aquí, muy desafortunadamente, no deja de resultar un "alfiler en el pajar". Podríanse llenar muchas más dramáticas páginas tratando, con la debida profundidad, sobre este tan sospechoso y arcano tema.

¿Para cuándo una verdadera revisión internacional de tal situación?, ¿cuándo considerarán las máximas instituciones del mundo occidental que estos  tan importantes asuntos merecen ser adecuadamente investigados para el bien general? ... y sobre todo:

¿HASTA CUÁNDO SE PERMITIRÁ QUE SEAN LOS GRANDES HOLDINGS EMPRESARIALES QUIENES DIRIJAN NUESTROS PAÍSES ... MANEJEN A SU ENTERA DISCRECION NUESTRAS PROPIAS VIDAS?