GALGOS, O
PODENCOS
Una de las fundamentales
premisas que todo político debe tener clara es la perfecta identificación de su
enemigo.
Las tendencias políticas
no ofrecen más alternativa posible que las denominadas izquierda o derecha
(según progresismo, o conservadurismo), con mayor, o menor radicalidad (el
centro político ortodoxo, en realidad, no existe).
El actual más encarnizado
y peligroso enemigo de la izquierda política europea, es el neoliberalismo
depredador, auténtico brazo ejecutor, obediente a las espúreas disposiciones de
los verdaderos dirigentes de Occidente, pero también influyentes poderosos e
interesados en otras más deprimidas áreas geoestratégicas del mundo (grandes holdings
empresariales internacionales, la potente y mafiosa industria farmacéutica
estadounidense y europea, el comercio intercontinental de armamento, los principales
monopolios petrolíferos y energéticos, las más importantes redes de
telecomunicación, la gran banca, las potentes y ya globalizadas financieras, los controladores mayoritarios de
la producción y mercado de estupefacientes, etc.), este neoliberalismo encargado de manipular a la Justicia,
promulgador de respectivas y hasta a
veces comunes leyes nacionales y continentales, creadas a su interesado acomodo
e interés y siempre proclives a la
protección del privilegio del poder y de las clases sociales acomodadas, seguro
sustentador del sistema y apoyado y protegido en las siempre dispuestas fuerzas
represoras de los diferentes Estados conformantes; éste, éste es el auténtico y
más directo enemigo del progresismo político, y no otro; no nos confundamos.
Desafortunadamente y tal
como venimos comprobando desde hace tiempo (en nuestras propias carnes), la
izquierda política europea va perdiendo fuerza y lo peor, credibilidad, tan
difícil siempre de recuperar. Consecuencia natural de la indecisión, de la
ambigüedad, de la inevitable tibieza de los más recientes gobiernos
socialdemócratas y de sus múltiples demostraciones de aburguesadas veleidades,
incumplimientos, de auténticas desviaciones fácticas y hasta de alguna que otra
auténtica e imperdonable traición (todos estos graves errores casi siempre debidamente
contestados por sus respectivas poblaciones, hastiadas de tanto engaño y
despropósito). Ejemplo último: Alemania.
Este coherente desapego
poblacional hacia los clásicos partidos progresistas nacionales y sus
representantes, está conllevando a una desafección ideológica generalizada que
impele a la connatural reticencia y
hasta asqueado rechazo de nuestros conciudadanos a seguir aceptando el clásico
juego partidista, generándose súbitas vías alternativas que aunque justas, inevitablemente
inconexas y muy desorganizadas: plataformas diversas, grupos vecinales de
protesta, reivindicativas y diferenciadas “mareas” de distintas y muy
específicas áreas sociales, seriamente afectadas por la impía apisonadora
neoliberal.
Pero, en aras a la
coherencia y viabilidad políticas, hemos de asumir la triste realidad: las únicas reglas de juego
posibles en democracia son los cauces partidarios. Por tanto, deberemos, aún
obligados e insatisfechos, aceptar dichas reglas para posibilitar la
consecución de tan razonables y justos propósitos.
Una vez asumida dicha
palmaria, inevitable y única senda posible (competición electoral a través de
partidos políticos), deberemos saber distinguir las diferencias ideológicas, de
origen, metodológicas, históricas, fácticas y de forma, de cada organización
progresista dispuesta a dar batalla en el campo político y social.
Finalmente, habremos de
analizar las posibilidades de triunfo del progresismo político, las
dificultades ciertas y también eventualmente probables, peso específico del
enemigo neoliberal, armas mutuas y estrategias a emplear.
Personal y muy
contrastadamente, opino que los partidos supuestamente progresistas europeos
tienen un muy arduo panorama futuro. Coincido con múltiples analistas políticos
en la necesidad de aunar esfuerzos partidistas progresistas si aspiramos a
algún positivo resultado electoral.
Lo que me parece
ineluctable es que todos y cada uno de los partidos en liza mantienen, como horizonte plausible y
justificativo, el irrenunciable objetivo de participar en la gobernanza
institucional, ya sea de ámbito local, nacional y/o supranacional. Sin esta natural ambición (a corto, medio o
largo plazo) no se entendería la razón existencial
de tales partidos políticos.
Pues bien, ante la
realidad descrita y por concluir, parece coincidente y de toda racionalidad la inevitable
conveniencia y hasta necesidad perentoria de alcanzar sólidos acuerdos entre
las diferentes versiones ideológicas progresistas si se pretende alcanzar un
mínimo y honroso éxito electoral, por tanto, me permito insistir entre mis compañeros
de Equo, no deberíamos mostrar injustificadas reticencias (cuando no existan, claro), ni resistencia ninguna a la
negociación, al acuerdo (cuando resulte mutuamente beneficioso), a la unión de
fuerzas puntuales en luchas comunes, respetándonos nuestras inevitables y hasta
positivas discrepancias y manteniendo siempre incólumes nuestras respectivas
salvaguardias fronterizas de la ideología.
No nos equivoquemos
desaprovechando posibles positivas oportunidades (por miedo, distinción u orgullo), ocasiones
que pudieran mostrarse favorables para nuestro mayor crecimiento y fortaleza y, porqué no, como opción real de participación en el tan ansiado cambio
social que merecemos y perseguimos.
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