Recientemente expresé algunas de las razones que, bajo mi personal criterio, justifican sobradamente el merecido descrédito general hacia la ONU, sugiriendo algunos de los motivos que, según creo, conllevan a tan indiscutible inoperancia.
Recordaré, a propósito de ello, que una de sus principales causas deviene de la aberrante cláusula del derecho de veto que el Consejo de Seguridad privilegia a sus cinco miembros permanentes: Federación Rusa, República Francesa, Reino Unido, República Popular China Y Estados Unidos de Norteamérica.
Aunque en principio este derecho se justifica a que favorece no se tomen decisiones sin un consenso entre todos los integrantes del Consejo (el llamado principio de unidad de las potencias), lo más cierto en la práctica es que esta distinción "ilustrada" tan solo sirve para detener cualquier resolución que afecte, o "moleste" a los intereses particulares de alguna de estas cinco naciones (o de sus específicos países "amigos") y a costa de lo que resulte -incluso al registro de múltiples inocentes víctimas mortales, consecuencia de los inevitables efectos colaterales-, (casual y más frecuentemente, estos vetos suelen generarse desde la Confederación Rusa, y de EE.UU).
Si alguno de estos miembros permanentes vota en contra de alguna propuesta, ésta queda automáticamente rechazada, incluso aunque el resto de integrantes haya votado a favor (hasta ahora, que se recuerde, jamás el representante de EE.UU. ha votado en pro de reconvención ninguna hacia los Gobiernos de Israel).
La tierra palestina es de muy ancestral origen y a lo largo de su extensísima historia ha sufrido múltiples avatares y transformaciones; invasiones varias, largos períodos coloniales y repetidísimas traiciones de índole diversa (todas ellas pacientemente sufridas por sus sucesivos pobladores).
El carácter árabe de Palestina se remonta a la llegada de los cananeos sobre el año 3.000 a.c. (como tribus semitas -"madres del arabismo actual"-), procedentes de la Península Arábiga. Posteriormente, en el año 637 a.c., se produjo la conquista árabe de Palestina, lo que vino a profundizar y consolidar su identidad árabe.
Pues bien, a pesar de que los árabes palestinos son el verdadero pueblo originario de Palestina con toda su continuidad histórica, además de que en esta tierra siempre dominó la lengua, cultura y tradición árabes, los derechos de este pueblo (por una, u otra razón) les han venido siendo negados, y sus pobladores expulsados, perseguidos y masacrados, por unos y por otros.
El pueblo hebreo -como el gitano-, históricamente fue apátrida (y de esto no tiene culpa ninguna el pueblo palestino).
El origen de la comunidad judía no está aún completamente resuelto. Los propios textos bíblicos dejan claro que muchos esclavos de entonces, que no eran hebreos, se convirtieron de paganos a judíos. El propio Jesús y sus supuestos discípulos no eran exactamente judíos, sino galileos. Se piensa que el rechazo hebreo de Jesús como Mesías fue motivado, además de por su competencia directa con el Sanedrín, es que su origen no era judío precisamente (aún muchos hebreos actuales mantienen ese mismo criterio de inaceptación salvadora en su persona).
Y saltando a distintas historias más contemporáneas, observamos otras sorprendentes coincidencias: cómo fueron creadas dos de las más potentes e influyentes naciones (hoy en día de las mejor y más modernamente armadas): Estados Unidos de Norteamérica e Israel.
Estos dos países se constituyeron mediante campañas de limpieza étnica y genocidio; ambos casos fueron magníficamente publicitados, rodeados de falaces y burdas epopeyas y de ensalzadores mitos justificativos, en el vano intento de validar sus daños generados.
En EE.UU., su marcial y formalizado Ejército de entonces logró exterminar y/o expulsar a los pueblos nativos de sus tierras ancestrales confinándolos en las peregrinamente denominadas "reservas indias", usurpando y ocupando éstas por sus colonos a la fuerza.
Israel sigue ahora su ejemplo con el natural beneplácito, apoyo y comprensión, lógicos pues, de los norteamericanos, identificados de nuevo en estos mismos hechos, creyentes ambas comunidades y "a pies juntillas" de su exclusivo "derecho de pernada" a invadir todo aquéllo que unilateralmente puedan considerar como propio.
En sendos casos sus propagandas vienen a explotar la retórica nominal de la libertad y la democracia para avalar la ocupación y los crímenes de guerra.
Otra más de sus comunes inauditas coincidencias es que ninguno de estos dos países reconoce la autoridad de la Corte Penal Internacional de La Haya, pues saben muy bien que su política exterior vulnera, sistemáticamente, el Derecho Internacional y los diferentes tratados sobre derechos humanos.
El dramático momento actual convierte, claramente, los territorios palestinos en un Estado ocupado, una situación moral y jurídicamente tan aberrante como las arbitrarias guerras preventivas y los asesinatos extrajudiciales, habituales represalias del Gobierno judío hacia este área invadida y sus civiles pobladores.
¿Hasta cuándo se le permitirá a Israel seguir manteniendo tal genocidio contra un Pueblo cuyo único objetivo es vivir en paz en su propia tierra?
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