Los capítulos de la Historia de España, de nuestra verdadera historia -aún inédita-, necesariamente habrían de ser impresos sobre un extenso tapiz de sangre (casi siempre inocente).
Si la publicación de sus azarosos anales se plasmasen fidedignos, probablemente nos sobrecogerían.
Si la publicación de sus azarosos anales se plasmasen fidedignos, probablemente nos sobrecogerían.
Fueron las reiteradas mentiras de Estado, coronadas traiciones, ambiciones ilimitadas de los poderosos, cobardías bochornosas, desidiosos e ineptos gobernantes, tarados reyezuelos, dictadores criminales, los que trazaron esas más ominosas líneas de nuestro devenir cronológico.
En fin, nada nuevo bajo el sol; manida y calcada escenografía en tantos y tantos otros Pueblos del Orbe.
Pero tampoco el originario concepto "España" quedó libre de mácula; tuvieron que quedar muchos muertos en el camino.
Entre otros múltiples negros fascículos patrios, y por centrarnos en el intitulado encabezamiento, no deberíamos obviar el recuerdo de algunas fechorías de aquella ambiciosa familia Trastámara (inevitable raíz primaria del problema catalán).
Esta dinastía fue iniciada por Enrique (hermano bastardo del Rey), a partir de la sangrienta y trágica noche del 14 de marzo de 1369, en Montiel: "¿dónde está ese judío hideputa que se nombra Rey de Castilla?".
Todas las congénitas argucias compartidas por esta siempre insatisfecha saga: secretismos, mentiras, y sobre todo aquella usurpación isabelina, fueron puestas en juego para la consecución de sus espurios fines: dos descendientes Trastámara reinaron, al fin juntos, en los principales reinos hispánicos.
En las trampas e incumplidas promesas de la castellana Isabel y del ladino Fernando de Aragón, fueron cayendo, progresivamente, aquéllas reticentes y díscolas provincias ibéricas; las restantes sucumbieron, a sangre y a fuego, bajo las mal pagadas armas mercenarias contratadas por tan poderosos monarcas.
Así fue como esta belicosa familia llegó a apropiarse de la resultante denominada "Unidad nacional", permitiéndose por ende, la inmoral expulsión de sefardíes y mozárabes... generacionalmente mucho más hispanos que esta deshonesta bicefalia reinante. En conclusión: los fratricidas reyes vertebraron -para ellos- España.
Una natural continuidad historiográfica nos retrotraería hasta la pretérita Marca Hispánica, a la desintegración del imperio carolingio y consecuencias, a la fáctica independencia del condado de Barcelona (finales del siglo X), y a la unión dinástica de Aragón y Cataluña por los esponsales de Ramón Berenguer IV y Petronila (1137).
Nos abstraeremos de ello empero, atendiendo a que "agua pasada no mueve molino", sin obviar por ello los más coetáneos intentos secesionistas catalanes:
Nos abstraeremos de ello empero, atendiendo a que "agua pasada no mueve molino", sin obviar por ello los más coetáneos intentos secesionistas catalanes:
-Mancomunidad de Cataluña (1913-1923); Pacto de San Sebastián (1930); Estatuto de Nuria (1931); restauración de la Generalidad de Cataluña (1932); Estado Catalán, de Companys (1934 -"Hechos del seis de octubre"-).
-Durante el período de la II República, Guerra Civil y franquismo fueron eliminadas las libertades políticas (1939-1975); Transición Democrática: entrada en vigor de la Constitución (1978).
-Último Estatuto de Autonomía de Cataluña (1979), sustituido por el Estatuto de 2006, y algunas modificaciones del Tribunal Constitucional, de 2010.
La presente encrucijada catalana (que afecta a todos los españoles) aparece enquistada por imperdonable desidia de nuestros democráticos bipartidistas Gobiernos. Esta dejación ha sido, sin duda, el principal y último desencadenante de la pretendida independencia actual. Omitiendo el particular interés por la exacta alícuota responsabilidad de cada cual, lo cierto es que "aquellos polvos, han traído estos lodos
La presente encrucijada catalana (que afecta a todos los españoles) aparece enquistada por imperdonable desidia de nuestros democráticos bipartidistas Gobiernos. Esta dejación ha sido, sin duda, el principal y último desencadenante de la pretendida independencia actual. Omitiendo el particular interés por la exacta alícuota responsabilidad de cada cual, lo cierto es que "aquellos polvos, han traído estos lodos
A pesar de la caducidad de la otrora Unió de Rabassaires, de la obsoleta e innecesaria reforma agraria de los campos catalanes, y de la improcedente y desactualizada Ley de Contratos de Cultivos, para mucha ciudadanía local sigue vivo su emancipador sueño secesionista (y abanderando la vanguardia, como siempre, la elitista sociedad catalana).
La pírrica mayoría que los nacionalistas contabilizan en este gobierno de la Generalidad les vuelve a empujar a otro renuente intento, esta vez a través de un referéndum territorial (sin garantías), saltándose a la torera la legislación nacional -a la que ya no se sienten obligados- y en abierta rebeldía frente al Estado; con no suficientemente veladas coacciones dirigidas a los responsables institucionales que se niegan a participar en esta quiebra constitucional.
En sus independentistas demandas éstos representantes públicos apelan al derecho internacional, a la libertad de expresión, a la praxis democrática y a los Derechos Humanos; pero contradictoriamente y a la vez, desdeñan la opinión del resto de la población española. Promocionan dicha consulta en la pretensión de demostrar que cuentan con un abrumador apoyo popular separatista, mientras desatienden la opción participativa de la otra ciudadanía extraterritorial.
En la evitación de este aparente desafuero, el vigente Gobierno de la nación (neoliberal) ha iniciado una desenfrenada cadena de drásticas medidas, algunas de dudosa legalidad. Decisión para nada recomendable, pues tan solo servirán para enervar las contrarias posturas y enconar más la situación.
"Colaborando en la solución" del instaurado problema y dada la inminencia del ya datado proceso, los poderes económicos, como les es habitual, tratan de "salvar los muebles". Se dice de un ya planificado éxodo a otras más serenas aguas por parte de las direcciones de ciertas renombradas empresas (sobre todo multinacionales), sin que su número llegue a coincidir con el que nos auguran los comprados medios de comunicación.
Mientras tanto y por ende, los mercaderes airean el miedo entre sus trabajadores, dándole así el agradecido arropo a su protector Gobierno estatal. En sus clásicos usos paternalistas, reconvienen a la masa asalariada (leoninamente contratada y peor retribuida), tratando de hacerla entrar en razón, forzándola a renunciar al utópico pero oficial programa liberador que sus nuevos paladines políticos le tienen prometido... ¡Entendámonos!: para continuar hinchando sus respectivos balances económicos, cómodamente instalados en la sosegada "pax populi" y en el confortable neoliberalismo imperante.
No dejando de reconocer la agobiante inestabilidad que se cierne sobre el próximo devenir español y catalán, mi ideología internacionalista no puede sino fortalecerse, lo cual me enfrenta radicalmente a localistas e identitarios separatismos (como es el caso del aludido conato).
No dejando de reconocer la agobiante inestabilidad que se cierne sobre el próximo devenir español y catalán, mi ideología internacionalista no puede sino fortalecerse, lo cual me enfrenta radicalmente a localistas e identitarios separatismos (como es el caso del aludido conato).
No obstante, se dice que de cualquier dramática situación, siempre es extraíble algún provecho.
Al respecto y en mi bullir mental llego a considerar que este obligado desencadenamiento de hiperactividad política, intrínseca y sorpresivamente, está desperezando a muchas introspectivas mentes y alentando a otras tantas numerosas silentes lenguas.
Dicha íntima reflexión me anima a confiar en una inteligente y oportuna cortoplacista reacción política. Movimiento pluripartidista de la izquierda que nos determine a dar por concluido el predicado de la ya vetusta Constitución (el Régimen del 78 es, ya, anacrónico).
España precisa una nueva Carta Magna (no un revoque de fachada) que recoja, de forma efectiva, la auténtica realidad española.
Y con esta innovadora "Ley de Leyes" desarrollemos el satisfactorio equilibrio territorial, la solidaridad, el mejor reparto de la riqueza, las más justas leyes laborales, la equidad -cierta- entre sexos, el laicismo estatal, la igualdad de trato por parte de la Justicia, un mayor respeto por el medio ambiente, la auténtica cooperación, y la paz, concatenándolo con otra más moderna y eficaz forma de Estado: a través de la instauración de la III República Federal Española.
Toni Fernández- Alcorcón, 15 de septiembre de 2017
Al respecto y en mi bullir mental llego a considerar que este obligado desencadenamiento de hiperactividad política, intrínseca y sorpresivamente, está desperezando a muchas introspectivas mentes y alentando a otras tantas numerosas silentes lenguas.
Dicha íntima reflexión me anima a confiar en una inteligente y oportuna cortoplacista reacción política. Movimiento pluripartidista de la izquierda que nos determine a dar por concluido el predicado de la ya vetusta Constitución (el Régimen del 78 es, ya, anacrónico).
España precisa una nueva Carta Magna (no un revoque de fachada) que recoja, de forma efectiva, la auténtica realidad española.
Y con esta innovadora "Ley de Leyes" desarrollemos el satisfactorio equilibrio territorial, la solidaridad, el mejor reparto de la riqueza, las más justas leyes laborales, la equidad -cierta- entre sexos, el laicismo estatal, la igualdad de trato por parte de la Justicia, un mayor respeto por el medio ambiente, la auténtica cooperación, y la paz, concatenándolo con otra más moderna y eficaz forma de Estado: a través de la instauración de la III República Federal Española.
Toni Fernández- Alcorcón, 15 de septiembre de 2017