Vengo clamando en el desierto (como algunos otros, aunque no tantos) sobre la impunidad potencialmente lesiva en manos de la Industria Farmacéutica.
Este monstruo nos muestra su bicefalia aparentemente contradictoria: por un lado invierte fuertes sumas económicas en la investigación de innovadoras y más ventajosas síntesis medicamentosas, destinadas a mejorar, sustancialmente, nuestros medios de vida y salud (humana, animal, fitofarmacéutica y agroalimentaria).
Pero por el otro, amén de hacer supuesto aprovechamiento de subvenciones estatales, pretende le liberalicen, al máximo posible, esta actual legislación normativa internacional que les sujeta a determinadas reglas éticas en su destacada participación comercial en el apetecible "pastel" que los mercados vienen a ofrecerle.
Insisto, reconozco el ingente capital que es preciso dedicar al proyecto de cualquier plan investigador farmacológico que se precie, así como también y por contra, el aparentemente descompensado (por ínfimo, porcentualmente) éxito resultante.
No obstante esta inocultable realidad y precisamente por ella, no es menos cierto que dichos Laboratorios investigadores recogen, de antemano, muy determinantes ayudas públicas, fundamental motor para dichos ambiciosos y laudables propósitos, además de contar, casi siempre, con la eficaz y activa colaboración científica de determinadas Universidades del máximo prestigio, implementando, sustancialmente con ello, sus selectos Equipos de trabajo.
Y, sin embargo, en nuestra mal "trabada" Organización continental, pero también en el resto del llamado mundo desarrollado, se producen muy injustificadas consecuencias prácticas, ya que la inversión estatal destinada al apoyo de la adecuada marcha investigadora privada de productos farmacológicos (fundamentalmente denominados "éticos"), no producen el lógico "retorno" social porcentual, la predecible y esperada recogida de beneficios de explotación.
En "román paladino", la Comisión Europea da por bien establecido que el retorno final que se produce de estas inversiones públicas se limite al fomento de esta poderosísima industria, al cambio supuesto de los posibles beneficios en salud que pudieran obtenerse para la población, caso de que los ensayos clínicos del producto resultaren exitosos (y todo ello, con marcaje liberalizado de precios ...si fuera posible).
Me pareciera, digo yo, mucho más razonable, que fueran los poderes públicos quienes ostentasen el "recomendable" control sobre la explotación de tan significativas inversiones del Estado (cuando menos, alícuoto partícipe).
No quiero omitir que, a este particular y distintivo trato industrial por parte de "papá" Estado, habría que añadir el enorme e inminente riesgo que tenemos ya encima con el pernicioso TTIP, que de aplicarse a la Industria Farmacéutica, se cerniría en nuestro derredor como una más grave amenaza real, toda vez que la terapéutica humana (el uso de medicamentos) hemos de emplearla como mal menor, que no por elección ...todos nosotros expuestos ante la enfermedad, e inermes frente a decisiones de profesionales terceros.
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